martes, 27 de abril de 2010

Recompensa.

Hic et nunc.
(Aquí y ahora).
-Dicho romano-

Hace tiempo que me harté de escuchar a la gente lanzar argumentos sobre qué es la madurez, qué es lo que hace a una persona madura y la separa del niño o el adolescente. Uno de los argumentos más convincentes, que no se lo escuché a nadie, sino que lo leí, es el de la gratificación inmediata. Madurar es saber postergar la recompensa ahora mismo a cambio de una recompensa posterior mayor real o proyectada. Los típicos experimentos de psicología y/o sociología con niños demuestran que obtener la recompensa aquí y ahora es la conducta instintiva, aquello que va en los genes y sobre lo que después superponemos las capas del aprendizaje y la civilización.
El problema, de la realidad, no del argumento, es que, precisamente, nunca nos deshacemos del simio que llevamos dentro y, por mucho que nos empeñamos en que podemos tomar decisiones equilibradas y cabales, nuestro cerebro nos deja vendidos a las primeras de cambio y quiere aquello que lo satisface aquí y ahora. Aunque eso no sea posible, ni deseable en muchos casos, lo que supone es una influencia negativa a la hora de sopesar la información disponible para tomar las decisiones más apropiadas: impone un sesgo que neutraliza no ya la objetividad, sino también el propio interés.
El problema de definir la madurez en torno a este criterio es que, por otra parte, el extremo opuesto, el ascetismo, si queréis, supone un desperdicio de igual intensidad pero en sentido opuesto. En sentido económico, la gratificación inmediata sería el despilfarro y lo otro sería el ahorro descabellado, ya que uno expondría sus fondos a la inflación (y acabaría perdiendo igual). La flotación inestable entre ambos extremos no se nos da tan bien como parece sino que en el fondo hay que manejarse haciendo valoraciones de riesgo/beneficio casi constantemente en las que, casi siempre, faltan información y elementos de juicio.
En todo esto no deja de haber ciertas connotaciones amargas sobre cómo vivían nuestros ancestros homínidos, en peligro constante de verse sin recursos por la presencia de otros clanes más fuertes, de depredadores, viviendo al día y con quién sabe si algo parecido a la esperanza de mejorar sus vidas. Nosotros nos movemos en los mismos términos en otro contexto, habiendo pasado de la consecución de recursos para la subsistencia física inmediata a la economía de la escasez (porque eso es lo que hay, no nos engañemos, cuando de repente todos esos números ficticios de los mercados dicen que nosecuanta gente se queda sin medios de vida y la realidad material no parece haber dicho nada al respecto).
Ciertamente, quiero creer en un futuro en el que los seres humanos dejemos de ser el simio pelón que somos por ahora pero me resulta difícil imaginar si podremos llegar a superarnos a nosotros mismos sin dejar de ser humanos tal como somos ahora.

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¿Cúantos psicoanalistas se necesitan para enroscar una bombilla?
Dos: uno para enroscar la bombilla y otro para sujetar la polla... ¡El madero! ¡La escalera!

sábado, 10 de abril de 2010

Comedia.

Tragedy is when I cut my finger. Comedy is when you fall into an open sewer and die.
-Mel Brooks-

Creo recordar que también había una cita por otra persona, no recuerdo quién, que venía a decir que toda manifestación de humor tiene un componente, por pequeño que sea, de sufrimiento ajeno. Me parece que en cierto modo es así y que la mayoría de chistes, situaciones de comedia y demás se basan en que uno de los protagonistas lo pase mal para regocijo del espectador en lo que es una demostración clarísima de Schadenfreude. Habla pobremente acerca de nosotros como especie, creo yo, pero es lo que hay.

Desde que era crío, por educación o por lo que sea, junto a la timidez he llegado a sentir vergüenza ajena. No sé si se puede extraer alguna conclusión sobre mi empatía de ello pero lo pasaba, y aún lo paso, mal cuando algunas personas se ponen en el más absoluto ridículo. Los concursos de la tele eran un campo abonado para esto pero la realidad también tiene más momentos idóneos para buscar una piedra y escapar de la indignidad de compartir especie con algunos ejemplares que hay sueltos por ahí. Sencillamente, resulta difícil estar cerca de personas que no son conscientes de que han perdido toda la dignidad (tampoco es que a mí me quede mucha pero aún hay clases...).
Esto viene porque un gran número de formas de comedia se basan, más que en el sufrimiento físico, en la humillación personal, en despojar a un personaje de cualquier rastro de dignidad, buena reputación o credibilidad que pueda tener y revolcarlo en el barro con tanta alegría como intención. A veces, claro, un personaje no tiene dignidad para empezar (por ejemplo: Urkell o Sheldon, the TBBT, además, profundamente aborrecible). En algunos momentos, he llegado a sentir esa corriente de vergüenza ajena al ver esas comedias. Claro, depende del personaje y cómo de identificado o cómodo me sienta con él pero me pasa.
Seguramente muchos de vosotros tengáis conocimiento de the Office, la serie que transcurre en las oficinas de una sucursal de una compañía papelera que están a punto de cerrar. Supongo que si acaso estaréis más familiarizados con la versión americana, protagonizada por Steve Carell, que es la que emitió la Sexta (los de Cuatro emitieron aquí la británica con un doblaje atroz y nunca más quise saber del tema, claro). El caso es que hace un par de años eché mano al pack con la serie británica al completo por poca pasta. La serie es estupenda y las formas de documental hacen que gane en verosimilitud ese análisis del mundillo de la oficina, con las pequeñas ruindades, los inadaptados sociales y todo lo demás pero el meollo de la serie era, sin lugar a dudas, David Brent, el jefecillo ruin, pueril y estúpido que interpretaba Ricky Gervais.
David es uno de esos personajes que me han causado la horrible sensación de estar partiéndome de risa de algo que me causa auténtica vergüenza ajena. Su grado de estupidez y mediocridad me causaba pavor. Era el perfecto reflejo de esos quiero-y-no-puedo que todos hemos conocido alguna vez, que quieren quedar por encima de los demás y quedan siempre en evidencia porque son auténticamente estúpidos y mediocres. He tenido momentos de sentirme verdaderamente avergonzado y humillado al ver a ese personaje tan aborrecible y mezquino. Sin duda, si no habéis visto esta versión de la serie, deberíais, porque su factura es impecable.

Formalmente, si bien el entorno y las intenciones cambian, the Office tuvo una serie heredera en el Reino Unido. Tuve conocimiento de ella porque primero vi una película que estrenaron aquí, In the Loop, que me llamó la atención porque en ella participaba James Gandolfini, a quien reverencio desde los Soprano. La película es una especie de adaptación de las ideas de la serie por el mismo equipo de ésta pero mantiene el mismo espíritu. La serie se titulaba the Thick of It, que traduciría libremente por En medio del marrón, y relataba el funcionamiento interno del gobierno británico moderno, las luchas internas entre departamentos y ministerios, las filtraciones, los marrones informativos y los esfuerzos de la gente de relaciones públicas para vender la burra a los periodistas y el público en general.
En lo que coincidían, además de las formas de rodar, las dos series era en la mala baba. The Thick of It venía a ser una especie de Yes, Minister con ganas de hacer sangre. Se aprovecha mucho de su forma de contar la historia a lo documental, presentando a unos personajes que alcanzan cotas tan grandes de patetismo que da auténtica vergüenza verles cagarla de forma lamentable y luego intentar resolver la papeleta con la excusas más burdas y estúpidas que se les pueden ocurrir. Y lo mejor es que la sensación con la que uno queda es que la realidad no está muy lejos.
Merece especial atención el personaje de Peter Capaldi, alguien que haría ruborizarse al sargento de la Chaqueta Metálica por el uso de las maldiciones y juramentos y que es capaz de meter más miedo que el mismo Aníbal Lecter cuando aparece en escena.
Sin duda, si hay alguna serie que pase desapercibida ahora mismo por aquí y que se merece ser vista, es ésta. Si podéis soportar la vergüenza ajena...

sábado, 3 de abril de 2010

Solidaridad.

Hoy escribo con una resaca de teobromina cojonuda. En contra de lo que os puedan decir, el chocolate también puede producir resaca (sobre todo si es casi medio litro de helado de fondant, que luego no puedes pegar ojo ni de coña). La terapia es lo que tiene, que siempre acabas pagando.

Hace ya una semana larga que concluimos la parte teórica del máster. Me alegra. El nivel de tensión ha sido máximo para todos en las últimas semanas, no sólo para mí, sino para todos y si llegamos a tener un par de semanas más no sé si me hubiese llegado a quemar a lo bonzo. Es una suerte que las prácticas de empresa las postergasen hasta el día 6. Necesitaba estos días de no hacer nada y aislarme del mundo.
En los cinco meses largos que hemos tenido de teoría del máster he tenido ocasión de comprobar que los límites de la competitividad que creía que había visto hasta ahora eran superficiales. Me he llevado sorpresas muy desagradables con alguna gente y si bien he trabajado codo con codo con algunas compañeras que han estado a la altura de mis mejores expectativas, a pesar de los roces que hayamos tenido, también he visto que otras personas, incluidas algunas de las que no lo esperaba, han caído en bajezas desmedidas.
No entiendo que haya personas capaces de ir a hablar con profesores para que le bajen la nota a un compañero, por más que éste sea un puto vago redomado. No entiendo que haya gente que por rencor deje a un compañero en evidencia delante del resto de alumnos y de los profesores. No entiendo que haya gente que se queje de que un examen ha sido demasiado fácil. Sencillamente, debo ser más imbécil de lo que pensaba, porque hay gente con mejores notas y mejores posiciones que yo que son capaces de entregarse a conductas que me parecen completamente mezquinas y sin ningún tipo de beneficio propio sin ningún tipo de duda.