lunes, 28 de septiembre de 2009

Mincolumna.

Esta semana estoy ocupado con un proyecto personal, así que no me he trabajado nada concreto. Sin embargo, hace ya tiempo, se me ocurrió una especie de meme basado en la idea de libros imposibles, o sea, aquellos en los que el autor y el título no podrían ocurrir al mismo tiempo. La única condición es que sean coherentes, pudiendo emplear un título existente con un autor que resulte, por motivos obvios, incompatible.

Ejemplo:

Simpatía: cómo hacer amigos e influir en los demás.
-José María Aznar-

¿Se entiende? Espero que si. Para empezar esta ocasión, voy a poner unos cuantos y ya quienes quieran pueden seguir y extender esta gilipollez. De lo mío ya os contaré qué es lo que hay más adelante.

Aprovechando la jubilación: retirarse con dignidad.
-Manuel Fraga y Fidel Castro-

Potencie su mente: ejercicios para el desarrollo intelectual.
-George Walker Bush-

El Éxito en Política.
-Gaspar Llamazares-

Técnicas de Relajación.
-Federico Jiménez Losantos-

El Ser, la Necesidad y la Contingencia. Argumentos positivistas en filosofía post-kantiana.
-Cristiano Ronaldo-*

Vida saludable: dieta y hábitos positivos para la salud.
-Coto Matamoros-

El Éxito Profesional y la independencia femenina.
-Mar Flores-

Honradez: la ética en la política.
-Francisco Camps-

El Cine como Entretenimiento.
-Isabel Coixet-

Cómo escribir guiones y dirigir actores.
-George Lucas-

*Lo sé, hacer chistes de futbolistas y filosofía es tan facil que da asco.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Vosotros estáis muertos y yo estoy vivo.

En la última entrada comentaba la ola de éxito de las novelas de Larsson y el contraste con la serie negra clásica y los elementos canónicos del género. De pasada mencioné a Phillip K. Dick, uno de los escritores fundamentales del género de ciencia-ficción en Estados Unidos durante los años 60 y 70 como un ejemplo de escritor en los que la personalidad del autor permeaba las páginas de su obra. En esta entrada voy a explicar la referencia tan bien como pueda.
Philip Kindred Dick nació en Chicago en 1928. Su nacimiento fue prematuro y simultáneo al de una hermana melliza que nació en el mismo día en que vieron la luz. Este evento formaría parte de la idiosincrasia literaria de Dick en la forma del “gemelo fantasma”. Después de mudarse a California, los padres de Dick se divorciaron y fue su madre quien obtuvo la custodia. Sin duda, la presencia materna categórica también se convirtió en un elemento cuasi-constante de las historias de Dick en la forma de femmes-fatales.

La formación literaria de Dick, en sentido académico, no llegó a ser muy completa. Aunque entró en la universidad de Berkeley para conseguir un título en filología alemana, nunca llegó a completar una titulación, entre otras cosas por ciertas asociaciones al servicio militar imperantes en aquel momento. Fue durante aquella época, a finales de los 40 y principios de los 50, cuando comenzó su producción literaria. Inicialmente, Dick se centró en la novela estricta, sin embargo, no consiguió despegar y sólo llegaría a publicar en vida una obra para el público general, Confessiones de un Artista de Mierda.
La producción de Dick dentro de la ciencia-ficción, no obstante, fue más exitosa, comenzando por historias vendidas en los años 50 a los pulps y recibiendo un espaldarazo de reconocimiento por el Hombre en el Castillo, más en el terreno de la ucronía y la ficción especulativa, que fue reconocida con el Premio Hugo en 1963. En años posteriores, Dick sería premiado varias veces con el Premio Nebula y nuevamente con el Premio Hugo en 1975 por Fluyan mis Lágrimas, dijo el Policía. La mayoría de sus obras, sin embargo, eran publicadas por editoriales de bajo fuste, lo que hacía que Dick viviera de su trabajo como escritor pero con penurias económicas casi constantes. Como respuesta, intensificó su ritmo de trabajo a costa de sostenerse días enteros sin dormir mediante anfetaminas.
En los años 70, a consecuencia de su uso de los estimulantes, Dick entró en una fase en la que sus facultades mentales y su obra, se vieron afectadas. Sus intereses derivaron hacia la teología, la filosofía, la religión y, especialmente, el gnosticismo. En cierto momento, hacia 1974, Dick entró en una etapa de iluminismo y paranoia en la que se consideró a sí mismo contactado por entidades extraterrestres que le enviaban mensajes directamente, algo que reflejó en sus novelas VALIS y Radio Libre Albemut narrándolo con un escalofriante desdoblamiento.

Dick, en 1982 sufrió un infarto cerebral tras el que entró en coma. Después de varios días sin respuesta en el electroencefalograma se le desconectó del soporte vital. Su padre llevó sus cenizas hasta su lugar de descanso, una tumba anexa a la de su hermana fallecida al poco de nacer.

La obra de un escritor es un reflejo del mismo, algo en lo que todo el mundo puede coincidir. Si bien un escritor puede no tener experiencia directa de aquello sobre lo que escribe (si no, la mayoría de escritores criminales estarían tras las rejas), su personalidad, sus experiencias, sus obsesiones, sus complejos, sus glorias y miserias, grandes y pequeñas, influyen en su obra, ya sea en los temas, en el estilo o en la composición. El escritor se manifiesta porque cuenta la historia como él la cuenta, con todos los detalles que eso implica. Pero en el caso de Dick no hay un estilo estricto.
La mayoría de estudiosos considera que Dick no llegó a cuajar como novelista mainstream debido a que no tenía un estilo propio. Su narración suele ser funcional, práctica, sin alardes descriptivos y con un uso justo de los adjetivos. No puede hablarse de una construcción de su prosa que manifieste su personalidad pero, a pesar de todo, Philip K. Dick causa un efecto estilístico a nivel psicológico. ¿Por qué? La causa radica en la presencia ominosa, y aún agobiante, de sus temas y obsesiones preferidos.
La figura de la femme-fatale que mencionaba más arriba, aparece de forma reiterada, por ejemplo, como Rachel Rosen en ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, por ejemplo, o Pat Conley en Ubik, pero es secundario, en todo caso, en comparación con el peso de otras dos cuestiones esenciales para Dick: la identidad personal y la realidad. En casi toda la obra de Dick, la interdependencia existente entre ambos conceptos es obsesiva o casi: en ¿Sueñan…? Deckard se retuerce en las dudas de su propia identidad al hallarse frente a los Nexus-6 con recuerdos implantados y su actitud frente a ellos, tan carente de empatía como la de los mismos androides en relación a los humanos y los animales.* Los eventos de la novela reforzarán esa misma cuestión al plantearle una realidad que no debería ser. En Ubik, por otra parte, las incongruencias en el tiempo y las actividades de los psíquicos ponen también en entredicho la definición de la realidad para el protagonista. En ambos libros la identidad del personaje se pone en entredicho por una realidad, supuestamente inmutable, que entra en conflicto con sus recuerdos y su concepto de quienes son ellos mismos: la percepción de la realidad les define a ellos tanto como ellos definen su realidad.

Por otra parte, las cuestiones de la religión entran también en el mismo saco, ya que, para Dick, Dios entra a ser el eje inamovible que podría definir la realidad de forma absoluta, terminaría con las crisis de identidad y con la enorme sensación de miedo, de paranoia, que flota en la narración. En Laberinto de Muerte, la presencia de lo divino es el elemento conclusivo para la crisis de identidad y para el miedo. Este esquema, lógicamente, se manifestó de forma aplastante en VALIS y en Radio Libre Albemut, donde resulta sobrecogedor asistir al deslizamiento de Dick hacia el disociamiento de personalidad y su convencimiento de que la realidad que percibía encubría otra realidad enteramente distinta en la que el Imperio Romano nunca había terminado y en la que el cristianismo formaba una resistencia activa. No creo que sea demasiado casual que esta etapa fuese posterior al caso Watergate y a la salida a flote de la podredumbre del COINTELPRO del FBI, por otra parte. En cierto modo, la psique de Dick estaba interpretando los eventos de la realidad adaptándolos a su marco mental. Sufría de paranoia por las anfetaminas, si, pero su paranoia tenía método y operaba de forma muy literaria.

Lo fundamental de la obra de Dick, pues, es ese reflejo de una sensación de los hombres de su tiempo. El análisis crítico de su obra ha llevado a los especialistas a un acuerdo en que, si bien Dick no era un buen escritor, estilísticamente hablando, si que era un gran escritor como cronista de las sensaciones de su tiempo. Su obra refleja una sensación de paranoia, de dislocación de la identidad del individuo en el mundo del siglo XX y, especialmente, en la sociedad estadounidense. Las raíces de esa sensación deberían, si no lo son o han sido, objeto de un estudio serio pero es innegable que estaban ahí y es poco o nada casual que las generaciones posteriores, los hijos de los baby-boomers, revelasen esa inquietud existencialista en los movimientos de los años 60, ya que después de la Segunda Guerra Mundial y sus horrores, había muchas nociones sobre el ser humano que habían quedado en suspenso (¿cómo era posible digerir con valores previos la industrialización de la muerte que se había llevado a cabo en la Alemania nazi?). Creo que Dick es una fruta tardía del mismo árbol que dio el Horror Cósmico de Lovecraft: las circunstancias cambian, el Angst es el mismo.
Sin embargo, la mayor prueba de la tremenda sombra de Dick en sus libros, de su impronta en su obra, está en las adaptaciones fílmicas de su obra. Desde Blade Runner a Minority Report pasando por Desafío Total, en todas ellas está esa sensación del indivíduo corriente atrapado en una situación kafkiana en la que pierde el sentido de su identidad y se convierte casi en una víctima de las circunstancias. En todas ellas flota esa sensación de ambigüedad, de paranoia y desconocimiento sobre los límites de la realidad y si de verdad uno es uno mismo. De alguna forma, no importa quién las adapte, Ridley Scott, Paul Verhoeven, Steven Spielberg, Dick está presente, más que como un fantasma, como una presencia inevitable, una consecuencia necesaria de la historia. Philip K. Dick es más grande que su obra y, como en el título sobre su biografía, está vivo.

*El mismo Dick, durante las proyecciones de los primeros montajes de Blade Runner admitiría que su idea no tenía que ver con el jugo que le había sacado Scott al guión de Hampton Fancher y David Peoples en la película; su idea original iba más por el análisis de indivíduos carentes de empatía, como los nazis de los campos de exterminio, pero quedó muy satisfecho con la interpretación de la historia.

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jueves, 10 de septiembre de 2009

Ajuste de Cuentas.

En este año, si habéis tenido oportunidad de pasar por alguna librería o tienda de ocio de masas (Fnac, por ejemplo) y/o habéis visto las noticias, ha habido una expectación bastante grande por la salida del último libro (literalmente, por aquello de que murió al poco de entregar el manuscrito) de Stieg Larsson (La Reina en el Palacio de las Corrientes de Aire), que fue, poco más o menos, la última moda del género de la Serie Negra. Best Sellers en toda clase de géneros los ha habido y los habrá, sólo hace falta acordarse de hace unos cuatro o cinco años, cuando el género de los misterios y conspiraciones tenía en lo alto a Dan Brown con su Código DaVinci. La novela negra, no puede negarse, ha sido siempre un género con un público amplio, así que lo del Best Seller debería estar aún más justificado, sin embargo, Patricia Highsmith, especialista en la novela de suspense, no estrictamente el noir, comentaba en un ensayo suyo que, en realidad, el género es una especie de apuesta segura de los editores porque se mueve en un rango de ventas que suele cubrir la inversión y dar beneficios pero tiene un techo. El fenómeno de un Larsson suele ser algo excepcional, por tanto, y hay motivos para examinar esos posibles motivos, sobre todo cuando la novela de suspense convencional se mueve alrededor de las 240 páginas como mucho (cito a Highsmith) y el sueco éste era un grafómano que rellenaba 600 páginas sin pensárselo mucho.

Habiendo leído los tres tomos a lo largo del año (más o menos desde Abril), llegué a la conclusión este verano de que son historias más bien flojas. Se puede trazar facilmente una línea y colocar a ambos lados los puntos a favor y en contra y, una vez hecho esto, lo cierto es que no sale muy bien librado.

Puntos a Favor:
-Se lee facilmente a pesar de sus dimensiones: está escrito de una forma directa y eso facilita mucho las cosas a la hora de pasar páginas sin que se note el paso del tiempo.
-Se aprecia la voluntad de compromiso social del autor: la temática de los tres libros muestra una intención de denuncia de los abusos legales (e ilegales) contra las mujeres y el machismo soterrado presente en la sociedad sueca, esa tan modélica en otras cosas.
-Hay una labor de documentación bastante buena: algo que es, en cierto modo, previsible debido a que Larsson era periodista y, hasta donde he leído, bastante decente.

Puntos en Contra:
-Falta de estilo: desconozco si en el sueco original pueden apreciarse más elementos que definan la forma de escribir de Larsson pero si estos libros se pueden leer tan facilmente es, precisamente, porque no hay estilo. La prosa es clara y directa, si, pero también falta de personalidad y del elemento artístico.
-El grupo de novelas se basa en unos personajes protagonistas que son, básicamente, una Mary Sue del autor (Mikael Blomkvist, que se tira cualquier cosa con tetas) y una versión Darker and Edgier de Pippi Calzaslargas (admitido por el autor).
-El ritmo: el primer libro requiere un esfuerzo bastante grande para avanzar hasta la mitad, momento en el que toma todo suficiente inercia como para avanzar por sí solo. Eso hace que, en realidad, no pueda considerarse que todo el trabajo de documentación o la prosa directa cumplan con su objetivo, ya que da la sensación de que el autor no organizó su material de forma sensata y que rellenó páginas de forma inútil. Da la sensación de que la historia podría contarse en menos páginas sin que sufriese por ello.
-El ojo que todo lo ve: esto quizá es una cuestión personal pero me disgusta el uso del punto de vista de narrador que empleó Larsson con las novelas. Su omnisapiencia se pone en el camino del misterio y el suspense ya que, aparte de revelar la identidad de los culpables antes de que el trabajo investigador tenga lugar (por lo menos en el segundo y tercer libros), permite ver la tramoya de la adversidad contra los personajes en vez de dejar la idea de que algo va a ocurrir pero sin desvelar qué ni cuando ni cómo.

Hace bastante tiempo, encontré un ensayo de Raymond Chandler en el que definía y hacía crítica de los elementos del género. El ensayo se titulaba el Sencillo Arte del Asesinato (podéis encontrarlo completo aquí)y puede considerarse como una guía fundamental de la lógica argumental en la literatura criminal. Los cadáveres en una historia del género tienen que tener sentido, han de ser moneda de cambio en el contexto del mundo en que se mueven los personajes, no una excusa para tener un misterio que investigar. En ese sentido, los cadáveres en cierta ficción televisiva, C.S.I., más concretamente, son sólo un elemento para poder montar el espectáculo de trabajo de pruebas científicas a su alrededor. Se apunta a un culpable por un puzzle de pruebas materiales en el que poco importa el móvil. Es cierto que por el procedimiento criminal, el investigador y el judicial, las pruebas materiales son y deben ser esenciales para montar el caso pero una muerte desprovista de su contexto no tiene sentido social, no dice nada acerca del mundo en el que ocurre. En este aspecto, por lo menos, Larsson salva la ropa.
El personaje de Lisbeth Salander, sin embargo, no resulta muy novedoso. Resulta más bien obvio que es lo que tira de la historia y, en consecuencia, la novela tiene un gimmick en Salander. Es un personaje especialito por los motivos que se cuentan a lo largo de los tres libros pero no es ninguna novedad. Desde la época dorada del Pulp, incluidas las femmes fatales, este tipo de mujeres adelantadas a la moral genérica de su tiempo existían a ambos lados de la ley. Salander, como ya indiqué arriba, no es más que un personaje fetiche llevado a una versión más oscura y extrema. Está razonablemente bien costruido pero es, en el fondo, el único elemento que consigue arrastrar al lector a lo largo de las mil ochocientas páginas en total o así de las tres novelas. Que Blomkvist vaya por ahí tirándose a cualquier cosa con la excusa de las parejas abiertas no mejora las cosas.
A nivel personal, lo que encuentro peor en las novelas es la falta de estilo. Aunque facilita la lectura, hace que luego no quede nada concreto en la cabeza acerca del autor, no transmite a la persona detrás de la obra. En ese sentido, quizás la influencia periodística fue algo que se cargó la posible perpetuación de Larsson. Si uno atiende a los más grandes del género, puede observar que Hammett tenía un estilo claro pero seco, duro, con un stacatto implacable y que transmitía la calle con toda su dureza, algo que no es raro si uno examina su vida y transfondo; Chandler tampoco hacía demasiadas concesiones en su prosa pero sus metáforas y símiles eran una demostración de que había estudiado literatura y poesía; Cornell Woolrich, por otra parte, era un maestro en la morbosidad y lo siniestro de sus historias pero su prosa, para mi gusto, era demasiado rosada (en lo que su sexualidad, probablemente, influyese). En cualquier caso, estos autores demuestran que su personalidad permeaba las páginas de sus respectivas obras (algo que tienen en común con Phillip K. Dick y sobre lo que escribiré en algún otro momento) y uno puede atisbar algo del autor en su prosa (no necesariamente en sus personajes). De Larsson quedará su objetividad periodística y su compromiso contra el machismo en una frialdad sueca.

No sé otra gente que se los haya leído pero yo probablemente no vuelva a hacerlo, sin embargo, los clásicos es probable que los coja una y otra vez sin dudarlo. Os dejo, para terminar, con unas cuantas de las metáforas y símiles de Chandler, que podrían, perfectamente, hacer haikus:

Actress.
She smelled the way
the Taj Mahal looks
by moonlight.

Police Woman.
To say her face would stop a clock
would be to insult her.
It would stop a runaway horse.

Los Angeles.
One great big
sun-tanned
hangover.

Silent Intruder.
A wedge of sunlight
slipped over the edge of the desk
and fell noiselessly on the carpet.

Pathos.
Her voice faded off into a sort of sad whisper
like a mortician
asking for down payment.

Seascape.
On the right of the fat solid Pacific
trudging into shore
like a scrubwoman going home.

Another lady.
She had a mouth
that seemed made
of three-decker sandwiches.

Malibu.
More wind-blown hair and sunglasses
and attitudes
and pseudorefined voices
and waterfront morals.

Finale.
I newer saw any of them again
-except for the cops.
No way has yet been invented to say
goodbye to them.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Nil carborundum illegitimi.


Warnung!: esta columna es totalmente objetiva y no alberga sesgo de ningún tipo. Cualquier duda respecto a la veracidad de esta afirmación sólo demuestra la falta de fé del lector en el socialismo real y su naturaleza de criptofascista pequeño-burgués contrarrevolucionario.

No hay nada como unos cuantos días de vacaciones para poder pensar a gusto y ver las cosas sin las presiones de la rutina habitual que suelen interferir con el raciocinio. En esos momentos en que uno puede pararse a oler las flores y apreciar la luz sobre los árboles, muchas cosas quedan expuestas en su valor real y su importancia para nuestra vida y, aún más, para el universo.

Poco antes de marcharme a Dublín, esos malditos cabrones lloriqueaban la reforma del mercado laboral, o lo que es lo mismo, que en estos tiempos de inseguridad económica puedan echar a la gente a la puta calle como quieran y paguen menor cotización a la seguridad social. Como siempre, los más vulnerables deben pagar el coste de la estupidez y la codicia de los miserables que nunca han contribuido a la mejora de la sociedad, sólo han especulado con ficciones para enriquecerse e hinchar aún más sus gordas carteras (y, algunos, tripas). Luego, cuando aparecen las estadísticas de mileurismo en España, lo extraño es que no se eche más gente al terrorismo, a robar bancos o alunizajes en tiendas de lujo.
Lo más curioso, sin embargo, es que todavía haya dos incongruencias bien gordas en las que la gente sigue cayendo con desesperante obstinación. Son dos cuestiones que vendrían a ser como el elefante en la habitación del proceso productivo y que, si la gente las observase con suficiente atención, podrían servir como bases de la aceptación de un nuevo paradigma social (no de su planteamiento, del que ya hay algún modelo interesante, como el proyecto Venus).

La primera de estas dos incongruencias es la tecnológico-material. El progreso tecnológico siempre ha buscado resolver problemas materiales del ser humano generando máquinas que puedan realizar tareas peligrosas o desagradables o mejorar los procesos productivos para alcanzar un mayor grado de precisión o eficiencia. Las máquinas, en consecuencia, sustituyen al ser humano progresivamente para la realización de actividades físicas implicadas en los procesos de producción al operar de forma más eficaz, con más exactitud y menor consumo de energía y tiempo por unidad de producto. La consecuencia inevitable es que el ser humano queda desplazado de determinadas tareas que pueden ser realizadas de forma industrializada y, lógicamente, el desempleo aumenta.
Es así, la automatización remplaza a los seres humanos y los puestos de trabajo que éstos ocupaban tradicionalmente desaparecen.
Ahora bien, aunque los productos puedan ser producidos de forma más eficiente y se reduzca su coste y siendo el consumo la base del sistema capitalista, esta reducción de empleos ¿no supone una reducción de consumidores? El modelo socio-económico en que nos encontramos no puede soportar el progreso tecnológico sin colapsarse convirtiendo a la mayoría de la población en desempleados. ¿Cómo se podría sostener a esa gran masa de personas que, en principio, carecerían de ingresos? ¿Tendría algún sentido el modelo monetario?
Nuestro modelo económico se basa en una serie de premisas aceptadas por consenso, como el valor del dinero (¿realmente cuesta lo que pone en su faz un billete de 50 euros?), que pierden su sentido si no se mantiene el modelo social y viceversa. El desligamiento de la economía de los recursos materiales en sí sólo contribuye a la especulación y al establecimiento de unas categorías sociales que parten de esos abstractos sin respaldo real. Algo valdra tanto como otra persona esté dispuesta a dar por ello pero si esa persona no puede dar nada, ¿esa otra cosa valdrá nada? Si no hay nadie para comprar, ¿qué importa que haya cosas para vender?
No hablemos ya, claro, del momento en que haya inteligencias artificiales capaces de gestionar todo el proceso productivo. En ese momento los propios gestores de la riqueza estarán acabados por su falta de justificación filosófica.

Por otro lado, hay una cuestión fundamental en la naturaleza filosófica del trabajo. Lo de que el trabajo dignifica es una chorrada. No es lo mismo sentirse útil y que hay cosas que llenan la vida de uno y que el trabajo dé dignidad. La dignidad de una persona es inherente y la pierde o la gana por la ética y/o moralidad de sus acciones, no por hacer una actividad para obtener dinero. Es más, si tanto dignifica y tan bueno es lo de trabajar, ¿por qué se inventó la esclavitud?
Dejando de lado que cada persona pueda tener una predisposición de los circuitos neuronales hacia unas actividades u otras (unos ciertos talentos u otros: pintura, música, escritura...), muchas personas no pueden desarrollarlos por la carga del trabajo. Su vida pasa en actividades para sostener un medio de vida y sus potencialidades se echan a perder en cosas que nunca sinificarán nada. Incluso muchos de aquellos que se llenan la boca con la importancia de sus trabajos, lo mucho que ganan, las consecuencias de sus decisiones, no son capaces de comprender que sus vidas, al fin y al cabo, no significarán nada (sirva esto para tener un punto de perspectiva más apropiado sobre nuestro lugar).

800 Años y sigue en pie. Nada de lo que hagas en tu vida significará nada.
Las cosas realmente importantes o lo son para uno por sí mismas, por lo que suponen para nuestro interés y/o nuestra mejora personal, generando un orgullo o una satisfacción personal. Los conceptos racionales, como el aporte a la sociedad y la mejora de ésta, nada significan si no hay una implicación emocional egoista. Los seres humanos somos egoistas por evolución, por el establecimiento de unos patrones emocionales de apego a las cosas, las personas y los conceptos que condicionan nuestro modo de actuar. Decir que el trabajo dignifica sólo es un modo interesado de adoctrinar para mantener a la gente dentro del sistema y anular el individualismo y el análisis racional concreto de las estructuras socio-económicas que nos rodean.
Dentro de las cosas que importan, de las que importan de verdad, tendríamos que recurrir a una de las obsesiones fundamentales de los seres humanos desde el amanecer de la historia y antes: la muerte. La muerte es el normalizador definitivo de los seres humanos. Pone a todos en el mismo lugar y, que se sepa, no hay modo de evitarla por toda una colección de eventos inherentes a la propia fisiología. A pesar de todo, esa conciencia permanente de nuestra duración limitada, de que somos finitos, ha conducido a actividades en las que todas la reglas habituales, económicas, sociales, incluso éticas y morales, se han suspendido. Los seres humanos buscamos desesperadamente el modo de perdurar, como todo ser vivo y, entonces, las reglas dejan de importar.
A esta escala, ¿se puede hablar de dinero?

Existen los recursos para mejorar la sociedad y para cambiar el modelo productivo y social, lo que no existe es la voluntad. Los hábitos psicológicos sobre la gestión de los recursos para nuestra supervivencia y un modo de vida decente son los mismos que hace milenios y día a día la tecnología destroza los pretextos que siempre han servido para sostenerlos. El sistema se depreda a sí mismo mientras intenta perpetuarse pero las condiciones para la aparición de nuevas propiedades emergentes están ahí. No habrá una verdadera justificación para el sistema monetario cuando la tecnología haga tan ínfimo el coste de los bienes de consumo que no exista participación humana.
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