viernes, 22 de mayo de 2009

1985.

14 de Mayo de 1985. La Unión Soviética no está dispuesta a acabar en el cementerio de la historia sin resistencia. Después de 35 años de preparación, el Ejército Rojo cruza la frontera con Alemania Occidental haciendo realidad lo que durante años fue un escenario hipotético para los analistas de inteligencia de la OTAN. El verano de 1985 se convertirá en una pesadilla de metal retorcido y vidas destrozadas a medida que los tanques vuelven a enseñorearse de Europa.

Una de mis aficiones es la de los juegos de guerra (o wargames), que suelen incluirse en la categoría de consims (simulaciones de conflictos, lo que cubre más que los juegos estrictamente de guerra, como el Twilight Struggle, pero es también un intento de darle respetabilidad). Como muchos otros juegos de mesa de cierta madurez y con mecánicas que invitan a la estrategia, los juegos de guerra son una forma de ejercitar el cerebro, competir amistosamente y divertirse, pero tienen, además, una buena dosis de narrativa, tanto por el desarrollo (jugar a la guerra con unas ciertas reglas y montar la película en tu cabeza) como por el transfondo (diferentes épocas y la oportunidad de cambiar la historia). La mayoría se suelen centrar en batallas o campañas clave en las que el resultado tuvo un gran efecto sobre la historia posterior, especialmente los napoleónicos o sobre la SGM, aunque también se han producido algunos juegos dedicados a guerras o conflictos ignorados, como la guerra de Angola o, más recientemente, sobre la independencia de Argelia o la guerra civil de Liberia.

El texto en cursiva del principio es mi adaptación libre de la introducción de uno de estos juegos de guerra (World at War: Eisenbach Gap). Publicado hace un año y pico, éste juego pertenece a otra corriente que fue minoritaria pero importante durante la primera Edad de Oro de los juegos de guerra (entre mediados de los 70 y mediados de los 80). La mayoría de los wargames jugaba con el conocimiento, más o menos consistente, algunas escasas veces perfecto, de la composición de fuerzas en conflicto durante los enfrentamientos, sobre todo a escala táctica. A escala estratégica (por ejemplo: juegos sobre la Guerra de Secesión en las que se controla por entero una de las facciones) la cosa variaba por aquello de que el control se ejerce también a escala económica y se puede explotar esto para optimizar tropas de tierra, navales, etc. Además, se sabía el resultado de estos conflictos, el rendimiento en combate de las unidades y otras cuestiones que sólo se podían conocer poniendo a prueba a los hombres y materiales.

La familia de los wargames hipotéticos, como el Eisenbach Gap, que planteaban un conflicto entre el Imperio del Mal (Ronnie Raygun dixit) y la OTAN, por otra parte, asumía muchos factores sobre los que no existía certidumbre, casi siempre (necesariamente, por estar editados y dedicados al mercado estadounidense sobre todo) con un sesgo hacia los EEUU y sus aliados. Afortunadamente, no ha habido que comprobar qué hubiese ocurrido de enfrentarse el Pacto de Varsovia con la OTAN pero es, sin lugar a dudas, uno de los “¿Y si…?” que planean sobre nuestras cabezas arrojando una enorme sombra sobre nuestra sociedad actual. Independientemente de que el juego permita ponerlo a prueba, lo que me resulta más interesante es que se asienta sobre un planteamiento de lo que, técnicamente, se denomina ucronía.

Algo no salió como estaba planeado en el experimento del Dr. Einstein.

El término ucronía tiene un origen francés y significa un tiempo que no existe/existió. A lo largo de la historia, muchos escritores han practicado el género, planteando historias alternativas en las que uno o varios eventos que tuvieron un resultado en nuestro mundo dieron lugar a otro completamente diferente. Normalmente, cuanto más temprano tal evento, mayores repercusiones en el mundo tal como lo conocemos, ya que se alteraría toda una cascada de acontecimientos por no darse las condiciones previas. Este género, lógicamente, es la expresión más refinada y purificada de la ficción especulativa, ya que, aunque parta de planteamientos históricos concretos y específicos, todo el desarrollo, ya sea más o menos plausible (como en las novelas de Harry Turtledove en la que alienígenas atacan la Tierra durante la SGM, forzando a una alianza entre el Eje y los Aliados), sale de las reglas de suspensión de incredulidad propias de un género en el que la física pueda ser alterada (la literatura fantástica y la magia, la ciencia-ficción y los rodeos a la física convencional): se rompen las reglas y, simplemente, se busca dar una continuidad a lo que conocemos alterando el orden de los hechos o desarrollando las consecuencias de una forma más o menos lógica a partir de los cambios que se plantean.

Una de las particularidades del género es que se generó ya hace cientos de año, con referencias en la literatura clásica romana, Tito Livio, partiendo de la idea de que Alejandro hubiese expandido su imperio hacia occidente en lugar de hacia oriente. El planteamiento asumía, para poder desarrollar su narración, que era igualmente probable que se hubiesen dado las condiciones para que el hijo de Filipo de Macedonia hubiese decidido llevar sus falanges hacia el Oeste. Esto plantea algo ciertamente interesante: revela que tradicionalmente hay que atribuir la construcción de las narraciones con un transfondo de historia alternativa a dos componentes fundamentales, que son el libre albedrío y la existencia de ejes históricos.

El primer elemento es autoexplicativo sólo en apariencia. La filosofía y la ciencia, sobre todo con la psicología y la psicobiología, han tratado de determinar durante largo tiempo si el libre albedrío existe de verdad o si, en realidad, disponemos de un cerebro que actúa como un procesador con gran capacidad de entrada pero limitado en su capacidad de salida. Un modelo aproximado funcional tendría que partir de un argumento de matemáticas del caos y asumir que la cantidad de elementos que pueden influir en nuestra conducta decisoria es muy elevada pero, en realidad, el número de respuestas viables a una misma situación es bastante reducido: decantarse por una u otra depende de un conjunto de eventos en los que una mínima varianza (levantarse con el pie izquierdo, más o menos agua caliente en la ducha…) alteraría por completo el resultado. La cuestión, en nuestro caso, es que al plantear una historia alternativa partiendo de las mismas condiciones hasta un determinado punto en la historia habría que plantearse si esas condiciones no ofrecerían siempre el mismo resultado a grandes rasgos.

Ahora bien, el segundo elemento es el que permite hacer la trampa que justifica al primero: los ejes históricos serían tanto las personas como los eventos que justifican generar la línea temporal alternativa en base a que la historia gira alrededor de ellos. Sin Alejandro no habría Imperio Helénico; sin Escipión Anibal habría echado abajo Roma; sin Julio César no habría Imperio Romano; sin Napoleón el status quo Europeo hasta 1914 no habría sido el que era y así sucesivamente con las personas. Apliquemos el mismo razonamiento a los resultados de las batallas y Gaugamela, Cannas, Marengo, Gettysburg y Estalingrado se convierten en momentos que cambiaron el mundo. Pero ¿realmente existen esos ejes históricos en sí? ¿Podemos decir que esas personas en sí mismas eran necesarias, que esos instantes concretos eran imprescindibles para el curso de la historia? 

He aquí uno de los problemas fundamentales del género de la ucronía y la historia alternativa como ficción especulativa: se simplifica la complejidad histórica de forma abusiva, tomando los momentos de cambio más explosivos y los enfrentamientos más dramáticos como el todo, cuando en realidad son sólo una parte. Por ejemplo: Anibal fue vencido definitivamente por Escipión pero sólo después de que el cartaginés se embarcase en su campaña itálica y ocurriesen dos cosas, a saber: a) que Escipión cortase la línea de suministro del Barca atacando por su retaguardia al seguirle desde la península Ibérica y el sur de la Galia; y b) que Quintus Fabius Verrucosus Cunctator (éste último sobrenombre significa procrastinador o postergador, porque reuhía el enfrentamiento directo, y es el origen del término fabiano como indicador de gradual, progresivo) organizase una campaña de ataques no resolutivos para debilitar el ejército de Aníbal sin una batalla campal, lo que acabó por dejar al cartaginés sin sus tropas veteranas por el desgaste. Los romanos no vencieron a Cartago en un día y Escipión no logró vencer a Aníbal tal cual llegó éste a Roma sino que hubo todo un desarrollo complejo de eventos. 

Precisamente, la complejidad histórica se suele simplificar por una tendencia a examinar la causalidad desde nuestro punto de vista. Es muy fácil concluir que la República de Weimar fracasaría como experiencia democrática partiendo del día 20 de Mayo de 2009, ya que hemos observado lo ocurrido a posteriori y podemos interpretar los hechos retroactivamente pero eso sólo demuestra que la causalidad funciona desde nuestra posición: A lleva a B porque A llevó a B. Sin embargo, ¿existe la necesidad histórica para esos eventos? ¿No podría A llevar a C? Para poder deducirlo tendríamos que analizar si la historiografía no cae también en el vicio de los ejes históricos: ciertas personas han tenido una gran relevancia histórica pero su capacidad para influir en la historia ha pasado por la aquiescencia de grandes masas que podían obrar al amparo de un movimiento político, religioso o porque la organización social permitía que un grupo de personas que estuviesen de acuerdo con ese eje determinasen la conducta de masas mayores. 

En el fondo, cuando se aplica el modelo de la ucronía, se halla implícito un modelo que se ha practicado en la ficción a nivel personal como en ¡Qué bello es vivir!, Sliding Doors o en el capítulo Tapestry de Star Trek: TNG, filmaciones en las que se observa la vida de los protagonistas si hubiesen tomado una decisión diferente en un determinado momento. Lo que es válido para la persona, no obstante, es difícil para la historia por que exige la concordancia de un tremendo número de hechos para producir un resultado particular. Desde el presente es fácil predecir las consecuencias de hechos del pasado: los engranajes de la historia encajaron en un determinado momento y, sólo a partir de ese momento, se puede ver un patrón ordenado y previsible, pero las ramificaciones de eventos individuales son imprevisibles, en realidad, ya que desconocemos si sus efectos a escala socio-histórica son acumulativos o no. 

A estas alturas os preguntaréis “¿A qué juega éste? Primero plantea que los “ejes” históricos son un concepto defectuoso y luego que los actos individuales pueden tener repercusiones a escala histórica. ¡Eso es incoherente!” Quizás llegamos aquí al meollo de la ucronía como género y de su validez literaria. La ucronía plantea a una escala colectiva las dudas existenciales que los seres humanos nos planteamos a escala particular acerca de nuestras decisiones, saca los “fantasmas” que llevamos dentro como sociedad, país, mundo. Es el equivalente histórico a “¿cómo habría sido mi vida si me hubiese casado con menganita?” planteado no necesariamente porque creamos que hubiésemos sido más felices, sino por curiosidad o puro divertimento (un motivo más lícito que muchos otros). Eso significa que, literariamente, es un género muy válido, ya que permite ejercer una combinación de creatividad y plausibilidad que pocas otras formas de expresión permitirían. No obstante, además, el género plantea también, aunque de forma más indirecta según los casos, un conflicto clásico: el enfrentamiento entre el libre albedrío y la fuerza del destino. ¿Basta un/a hombre/mujer para cambiar la historia o debe darse también la conjunción de toda una serie de eventos (el destino) para que pueda determinarse una historia alternativa a la conocida? 

En una historia bien construida del género sólo quedan dos opciones: o se plantea una serie de hechos de forma plausible para explicar cómo se ha producido la ucronía o, simplemente, se barre todo bajo la alfombra. Es cierto, eso equivale a hacer trampas, ya que se plantea la variante sin explicar todos los motivos y se deja a la imaginación del lector rellenar los huecos ya que, de forma difusa, su cerebro podrá hacer los cálculos para determinar las ramificaciones necesarias hacia atrás en el tiempo que justifiquen la situación que se presenta, sin embargo, evita que el autor caiga en demasiadas incoherencias si no tiene un conocimiento muy profundo del momento histórico o prefiere evitar hacer malabares para justificar su punto de partida. La cantidad de factores y la repercusión de cada uno de ellos en el curso de la historia permiten esa ambigüedad, ya que desconocemos, a priori, si las acciones de una sola persona pueden producir consecuencias tan relevantes o, incluso, si las acciones de una persona son, en el fondo, una manifestación del Zeitgeist (el espíritu de los tiempos). 

Nuestra sociedad se basa en un caos organizado. La cantidad de energía y/o recursos necesaria para conocer lo que ocurre en un momento concreto en todas partes, o sea, tener información perfecta, es elevadísima. Igual que las teorías sobre conspiraciones son una salida pueril para intentar obtener un consuelo y una paz de mente sobre la base de que alguien sabe qué es lo que está haciendo, la historia es un proceso ciego que resulta de una casi infinidad de factores, decisiones y reacciones sin que haya una mano negra guiando los hechos. La opinión de las masas puede ser y es manipulada, si, pero los cambios instigados en los sistemas sociales también generan propiedades emergentes y esas nunca son predecibles. Desde luego, en este caso, la realidad siempre supera a la ficción.

--------------------- 

Referencias para leer:

Moorcock, Michael:

-The Warlord of the Air.

-The Land Leviathan.

-The Steel Tsar.

 

Newman, Kim & Byrne, Eugene

-Back in the USSA.

 

Dick, Phillip Kindred:

-The Man in the High Castle.

 

Harris, Richard:

-Fatherland.

 

Referencias para Ver: 

Star Trek (Serie Original):

-Mirror, Mirror.

 

Star Trek: The Next Generation.

-Yesterday’s Enterprise.

-Tapestry.

Fatherland (Producción de la HBO, protagonizada por Rutger Hauer).


Referencias para Jugar:

Command and Conquer: Red Alert 1, 2 y 3.

lunes, 18 de mayo de 2009

Vida y Destino.

Cuando un nuevo director asume el cargo, se suele decir de él con respeto: "Llega al trabajo primero que todos y es el último en marcharse". Así se hablaba de Kovchenko. Pero un nuevo director es aún más respetado por sus subordinados cuando se dice de él: "Hace dos semanas que fue nombrado y sólo ha venido un día media horita. No se le vé el pelo." Ésa es la prueba de que el director dicta las nuevas leyes y que frecuenta las altas esferas gubernamentales.
-Vasili Grossman. Vida y Destino.-

La cita es de un pasaje que leí hará como dos o tres semanas pero me pareció digna de anotar y copiarla aquí para disfrute general porque refleja a la perfección lo que ocurre en multitud de lugares donde la jerarquía permite el acomodamiento de los cargos. Ocurría en el sitio donde trabajaba y ocurría en mi facultad y en mi universidad. Sin duda, nada nuevo bajo el sol, pero me gustó mucho encontrarlo en la novela de Grossman. 
Aunque sea una entrada breve, quiero permitirme recomendar la novela. Hacía mucho tiempo que no leía algo que me mantuviese pegado a las páginas y no fuera de género pero sin duda este libro lo merece. Podéis leer por ahí que es el equivalente de Guerra y Paz para el siglo XX, cambiando las Guerras Napoleónicas por la Segunda Guerra Mundial y creo que por sus dimensiones físicas (mil ciento y pico páginas) y literarias es una descripción apropiada.
Es cierto que algunas de las cuestiones planteadas por Grossman hoy están más o menos superadas y que se puede ver más como una crónica de aquella época, lo que imagino que está relacionado con la profesión periodística que ejerció durante años, pero no deja de ser válida la dimensión humana de sus personajes, su solidez y su emotividad. Como los grandes libros, en un momento u otro, la historia te agarra y te arrastra a su terreno, te ves llevado por los problemas de los personajes y compartes sus miedos y esperanzas y, quizás, sea la esperanza, precisamente, el elemento central de la historia.
No soy el único al que le ocurre: cuando me meto tanto en una historia, como es el caso (confieso que me he identificado bastante con uno de los personajes protagonistas), siento una enorme tristeza al ver que estoy a punto de terminarla. Con Vida y Destino me ha ocurrido lo mismo: se convirtió hace un tiempo en un viaje personal. Es posible que la retórica de Grossman a veces parezca un poco reiterativa pero sigue siendo eficaz y acaba tocandole a uno en el interior.
Me resulta difícil transmitir lo que supone compartir la vida de los diferentes miembros de la familia Shaposhnikov, los protagonistas centrales de la historia. Sólo puedo recomendaros que lo incluyáis en la lista de libros pendientes que tengáis y que lo acometáis sin miedo. No es un libro literariamente difícil y, una vez os metáis, ya no podréis salir.

lunes, 11 de mayo de 2009

Hábitos.

Enlazando con lo que contaba el otro día, quiero, necesito, hablar de una cuestión importante a nivel personal por enlazar con lo que comentaba de la mejora personal y todo eso. Reconozco que soy una persona con tendencias neuróticas y que acumula ansiedad con facilidad. No hace falta explayarse sobre las consecuencias de la ansiedad, normalmente van de los efectos psicosomáticos a los psicológicos. Es en la segunda categoría donde siempre he destacado y al cabo del tiempo me he acostumbrado, más mal que bien, a convivir con las depresiones que me asaltaban con irregularidad regular. Sin embargo, a menos que uno sea un cacho carne, se aprende algo hasta de las peores situaciones.
En mi caso, y de forma más o menos indirecta*, aprendí que uno de los desencadenantes de mis episodios depresivos, aparte de la ansiedad, es un hábito psicológico, una forma de pensar, o un patrón de conducta, no sé si innato o aprendido (aunque, en este último caso, sé que tengo un antecedente familiar bastante claro) a la hora de afrontar las circunstancias.  El pesimismo, como rasgo de personalidad, supone un problema cuando se junta con una personalidad obsesiva porque se convierte en un hábito nocivo a la hora de encarar el futuro. Lo de ver todo negro no es una broma, sino algo muy real y para mucha gente acaba por convertirse en algo que les incapacita para llevar una vida normal.
La cuestión es que los hábitos son algo equivalente a programas mentales con los que operamos los humanos. Los circuitos neuronales que determinan nuestras respuestas funcionan normalmente de una forma acostumbrada, habitual, por repetición (la mayoría suelen radicar en mecanismos aprendidos) y suelen estar asociados a patrones emocionales. Ese par de características hacen que se suela reaccionar ante las circunstancias antes de analizarlas y razonar sobre ellas de forma pausada y fría. Si a eso le sumamos que en muchos casos no disponemos de toda la información necesaria para valorar y decidir de forma ideal, tenemos la receta para formarse una imagen de los hechos bastante alejada de la realidad.  
A pesar de todo, uno puede superar los hábitos creando otros que los desplacen. Lo que siempre han querido vender con libros de autoayuda, retiros espirituales, seminarios de motivación, cursos de pseudomisticismo y demás es, fundamentalmente, que los seres humanos podemos reprogramarnos a nosotros mismos a base de introducir modos de actuación (protocolos, podríamos decir) y actividades a nivel físico y mental para modificar nuestra conducta a nivel inmediato y sin tener que pasar por el proceso de razonamiento consciente. Podemos generar nuevos hábitos a nivel físico (bajar la basura, hacer ejercicio) o psicológico (mantener la calma, no ceder al pánico, liberar la tensión y aceptar la incertidumbre). Es cierto que estos últimos son más difíciles, exigen un estado de alerta más constante y chequearse a sí mismo evitando caer en el modo de actuar habitual pero se puede hacer.
Personalmente, admito que cuesta mucho cambiar la perspectiva y no dejarse llevar por la idea de que todo va a ir mal (llamadlo experiencia, llamadlo deformación profesional) pero, independientemente de que compense para el estado de ánimo, existe un factor elemental que lo favorece, que es que al final uno acaba exhausto y, sin embargo, ve que la vida sigue. Normalmente interiorizamos patrones muy narrativos acerca de lo que es la vida: nos dan desde pequeños una concepción temporal con un principio, un nudo y un desenlace o fin pero nos ocurren un montón de cosas a la vez, muchas historias mezcladas, que no tienen un final inmediato o claro, de forma que a veces arrastramos por el suelo durante años trozos de nuestra vida de los que nunca nos deshicimos por un motivo o por otro. Luego uno se muere, claro, pero ahí sólo nos terminamos nosotros y el resto del mundo sigue girando, por mucho que les fastidie a algunos.
Es importante comprender que nuestra vida es algo transitorio, cambiante, imperfecto, incompleto y aborreciblemente carente de sentido para poder afrontar los momentos en los que la realidad nos echa abajo los esquemas y nos quedamos jodidos en una esquina. Mucha gente no puede cambiar sus hábitos psicológicos en esos momentos (madres con abortos espontáneos que se obsesionan con sus hijos perdidos, personas que rompen con sus parejas y no saben salir adelante, personas que se marcan un objetivo vital que no logran alcanzar...) y sus vidas quedan estancadas en un punto inmutable y constante de frustración en el que el mundo se mueve y ellos no. Creo que eso es de lo más terrible que puede ocurrirle a una persona porque su programación toma control de ella y no puede salir de un bucle de conducta en el que pierde el control de su vida.
Uno de los principios en los que creo es en el de mejora constante. Es difícil y desafortunado, porque es también algo obsesivo por mi parte, pero creo que uno tiene que poner su esfuerzo en intentar mejorar como persona, en un sentido global. La búsqueda de la perfección es algo inútil ya sólo por lo inalcanzable de la meta, pero además porque normalmente no cumplir con los objetivos lleva a los castigos autoimpuestos y a victimizarse a uno mismo. En el fondo, lo reconozco, es un hábito mental derivado del miedo a la muerte o, por lo menos, a la decadencia física. Nuestra vida se vuelve, a partir de cierto momento, un descenso hacia los achaques, la decrepitud y, en definitiva, un estado en el que no podemos valernos por nosotros mismos o no podemos disfrutar de la vida. Viene a ser más o menos inevitable y mi forma de combatirlo es intentar alcanzar lo mejor de mí mismo. Hace mil años gente con ese mismo miedo se habría dedicado a hacer sacrificios al demonio o algo parecido. 
Es posible cambiar. Es posible mejorar. Tenemos las herramientas dentro de nuestra cabeza y con la suficiente disciplina y convencimiento uno puede llegar a dejar de lado aquellas cosas que no le gustan de sí mismo para sentirse a gusto, algo que en realidad es lo más importante de modificar nuestros hábitos. Después de todo, tenemos que vivir todo el tiempo con nosotros mismos, así que mala cosa si nos resultásemos insoportables. 

* Parecerá una tontería pero los Soprano me mostró patrones de conducta que podía observar en los demás y en mí mismo. Al ser una serie realista, con pocas concesiones a la teatralidad, muchas de las cosas que veía podía identificarlas a mi alrededor.

lunes, 4 de mayo de 2009

Vuelta a la casilla de salida.

Desde que me marché del laboratorio, ya hace poco más de un mes, he reducido mucho el ritmo de mi vida. He pasado de no tener prácticamente más de cuatro o cinco horas diarias mías a tener el día entero y eso da un montón de oportunidades para obsesionarse con todo tipo de ideas, algunas bastante nocivas. Aunque me dedico y he dedicado a buscar empleo y cosas que hacer, la verdad es que no hay mucho movimiento y mi cualificación hace que esté muy especializado, lo que es igual de malo que no tener cualificación en según qué contextos. 
Podría ponerme a soltar el discurso sobre la falta de compromiso con la investigación en España (que es cierto, a nivel del Estado y aún más a nivel del sector privado), sobre que el sistema de doctorado y de plazas de investigación es un chanchullo (que también es cierto: basta ver la docencia y/o investigación de algunos titulares) o cualquier otra de las quejas que circulan desde... principios del siglo XX, más o menos, pero no me apetece. Lanzar la diatriba otra vez no tendría mucho más efecto y no tengo ni los ánimos ni la paciencia para un ejercicio de pataleo inútil.
Se dice que madurar consiste, sobre todo, en una pérdida de la inocencia pero creo que también consiste en atemperar la parte emocional y llevarla bajo control. Normalmente, eso es lo que hace que uno pase del idealismo al pragmatismo. El idealismo es una contaminación romántica, una forma de ver las cosas pueril y que choca de plano con la realidad, tanto la material como la de la naturaleza humana. No hay nada de malo en tener ideales o principios pero la asociación con las emociones suele hacer que se pierda de vista que las ideas son perfectas (por ser absolutas o todo lo contrario, parciales) y que el mundo real/material tiene más partes móviles y por tanto no funciona igual. No voy a repetir la lista de fracasos ideológicos o el abuso que se ha hecho de todo tipo para encubrir las acciones más deshonestas y viles en nombre de los principios, los valores o los ideales.
Con la ciencia puede ocurrir lo mismo que con cualesquiera otros principios: la imagen general suele ser de progreso y avance, y desde luego que lo ha habido, pero por cada Dr. Barnard ha habido un Dr. Menguele y más de una y de dos ventajas tecnológicas que han mejorado nuestra vida han tenido un origen bastante lamentable. El ejemplo que se me viene a la cabeza más rápidamente puede ser la mejora de la psiquiatría desde los años 50 en que bastantes científicos respetables experimentaron con gente bajo la cobertura del programa MK Ultra de la CIA. Hasta los pasillos blancos e inmaculados pueden llevar a salas de tortura.
No me he caído del guindo, o séa, no estoy divagando sobre todo esto porque haya perdido mi idealismo. Conocí a muchos de mis profesores de la facultad lo suficiente como para darme cuenta de que un científico sigue siendo una persona y eso implica tener defectos o incluso taras. La cuestión es que llegado a este punto me planteo si realmente merece la pena formar parte del sistema. Me gusta lo que hago y la investigación tiene cosas realmente estimulantes e interesantes pero una de las cosas que nunca te enseñan es que la base de la rutina diaria de cualquier persona dedicada a la ciencia es la lucha contra la frustración: no es que las cosas puedan salir mal, es que salen mal la mayoría de las veces. La investigación avanza por caminos muy estrechos todos ellos paralelos porque lo que pueda ser cierto en unas condiciones no tiene por qué serlo en otras muy parecidas. La mayoría de lo que se publica en las revistas de ciencia tiene mucho de aproximaciones burdas.
Como todo el mundo va a lo suyo en última instancia, estar en este negocio puede ser muy jodido si además de las dificultades prácticas uno tiene que lidiar con las personales. Me preocupa mi futuro y, aunque me gusta lo que sé hacer, me falta motivación e ilusión. He perdido por el camino el idealismo y me he vuelto más cínico. Eso supone algo positivo: supone la diferencia entre los partidarios del terrorismo y los partidarios de la huelga y la resistencia pasiva. Es un premio de consolación ético y moral, que en el fondo es una tontería a efectos de empleo pero creo que he mejorado como persona y eso siempre ha sido uno de mis objetivos vitales.